Superhéroe de clase currante
Como, a estas alturas, ya sabrá todo espectador más o menos receptivo a las recientes megaproducciones de Hollywood, un súperhéroe es una figura esencialmente disfuncional: un freak, un monstruo golpeado por mil tormentos interiores que ha acabado funcionando como gran salvavidas del cine-espectáculo y, en un giro no del todo previsible, como último reducto para la grandilocuencia en películas que no son tanto la última palabra en cine adulto como su espejismo. Sin duda, en el moderno Hollywood, la figura de un poeta tiene que antojarse tan disfuncional como la del superhéroe: no le parece a este crítico descabellado afirmar que Guillermo del Toro cumple ese papel. Hellboy II. El ejército dorado, última película del mexicano antes de embarcarse en el descomunal proyecto de El hobbit, es una gratificante manera de saber lo que ocurre cuando a un poeta (alucinado) le da por hacer una película sobre un superhéroe (excéntrico): las dos formas de disfuncionalidad dialogan en una gozosa montaña rusa de inagotable invención, exilian todo tormento fuera de la platea y doman las leyes del cine espectáculo para ofrecer algo quizás efímero, pero único. Y no hay que llevarse a engaño: Del Toro es aquí tan autor como en El laberinto del fauno.
HELLBOY II. EL EJÉRCITO DORADO
Dirección: Guillermo del Toro.
Intérpretes: Ron Perlman, Selma Blair, Doug Jones, Jeffrey Tambor, Luke Goss, Ana Walton, John Hurt.
Género: ciencia-ficción. EE UU, 2008.
Duración: 120 minutos.
Creado en 1993 por Mike Mignola para el sello independiente Dark Horse, Hellboy -demonio reconvertido en fatigado obrero de lo paranormal- no era un súperhéroe al uso, pero en sus aventuras podían reconocerse los ecos gráficos del fundacional Jack Kirby, así como las claves básicas del género, revitalizadas a golpe de hipérbole y distancia irónica. Hellboy no se hubiera librado de perder el alma si su salto a la gran pantalla no contase con una sensibilidad cómplice al timón: el Hellboy cinematográfico es tan hijo de Mignola como de Guillermo del Toro, aunque, en esta segunda película del personaje, el cineasta barroquiza hasta el extremo lo que en el original es pura síntesis gráfica. La primera Hellboy funcionaba como una adaptación: ésta es, directamente, una gratificante apropiación que devora todo tipo de referentes para encontrar su voz en un dionisiaco sentido del espectáculo.
El secreto de Del Toro está en prestar tanta atención a lo desmesurado como a lo minúsculo. Todo arrebata en Hellboy II, generoso regalo para quienes no hayan caído bajo el embrujo de El caballero oscuro.
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